Erase una “Colonia San Vicente”...llamada a ser un emporio de riqueza. La llegada del ferrocarril a Córdoba en 1870 junto a la afluencia inmigratoria, externa e interna, influyeron decisivamente en el proceso de urbanización. Realidad que se hizo visible en el nuevo retrazado de la ciudad durante el periodo 1870-1890: al viejo casco chico colonial e inmediaciones se le anexaron 18 nuevos barrios. “Este proceso de expansión (...) fue el resultado del accionar de un grupo de hombres que en forma individual o colectiva intervinieron en el negocio de la tierra urbana, aprovechando los beneficios políticos o crediticios”. Un primer grupo de urbanizadores de la década del 70, constituido por propietarios recientes o herederos de grandes posesiones de tierras suburbanas, de fuerte raigambre clerical, juzgó oportuno invertir en el negocio inmobiliario a partir del aprovechamiento de una coyuntura propicia de apertura de las vías de comunicación. La opción obvia fue apostar hacia el este, siguiendo el tendido del Ferrocarril Central Argentino (comunicaba Córdoba-Rosario-Bs. As.). Así fue fundado oficialmente el pueblo San Vicente el 19 de junio de 1870 por Agustín Garzón. El 8 de noviembre de 1888 por ordenanza municipal Nº 152 se incorporó a al ejido municipal. Antiguamente formaba parte de los terrenos conocidos como “el bajo de Ariza” , propiedad desde el periodo colonial de la familia Fresnadillo, quienes solicitaron en 1867 la mensura de sus tierras con la intención de emprender el inmediato loteo. Sin embargo renuncian a esta iniciativa para venderlas a Agustín Garzón, destacado comerciante céntrico, de padres españoles, cuya devoción religiosa a San Vicente de Paul lo lleva a bautizar con su nombre al futuro emplazamiento barrial. El trazado consistía en 146 manzanas enclavadas entre el río Primero (al norte), las barrancas (al este) y el ferrocarril (al sur).
Entre los argumentos esgrimidos que sedujeron a los compradores se destacaron la cercanía al centro y el carácter semirural del sector. Los distintos sectores sociales hicieron un uso diferente del espacio. Al tiempo que se constituyo como un “pueblo agrícola” proveedor de las frutas de chacras (tan necesarias en la dieta criolla como inmigrante), se afianzaba el uso residencial veraniego.
El paisaje dominante se configuró en torno de grandes casas quintas cuyos propietarios eran familias tales como Beltrán Posse, Los Revuelta, Los Riera Vives y el mismísimo Agustín Garzón. Se hallaban emplazadas en extensiones de una manzana con sembradíos de hortalizas, durazneros, pequeños viñedos y flores. Intercaladas entre prominentes álamos carolinos, regados habitualmente por una gran acequia. Rodeando a estas se levantaron modestas viviendas de adobe de trabajadores de fábricas de jabón y velas, agricultores, albañiles, cortadores de material, artesanos y cuentapropistas (costureras, comadronas, lavanderas, etc). En los márgenes, mas precisamente en las cercanías del Matadero del Bajo de los Perros o del Este (1870) se extendían algunos ranchos. La vida urbana estuvo signada en torno a un eje principal constituido por la calle General Julio A. Roca (actual San Jerónimo). A lo largo de ésta se fueron asentando las primeras casas quintas de las familias notables de la ciudad, plazas y diversas instituciones públicas y educativas. De hecho esa fue la intención manifiesta de su fundador al donar parcelas al estado provincial o municipal con el fin de dotar de un primer equipamiento urbanístico a los primeros pobladores: plazas, comisaría (1875), Oficina de Correos (1890). Por supuesto no quedó exenta su preocupación por el cuidado espiritual de los vecinos ya que también destinó terrenos para instituciones religiosas como fueron la Capilla San Vicente (1877), luego iglesia Inmaculada Concepción (1914), la casa madre de las Hermanas Terciarias Franciscanas (1878), posteriormente colegio Santa Margarita (1887). Otro agente inmobiliario que participó activamente en el barrio fue Samuel Palacios quien adquirió tempranamente manzanas enteras que luego vendió en forma fraccionada con altos réditos. Fue un fiel exponente de la elite urbanizadora de los 80 ya que usufructuó su cercanía al poder público para la obtención de créditos destinados a la inversión en diversos negocios, entre los cuales se encontraba la concesión municipal de la explotación de un mercado que denominaría “Marcos N. Juárez” (1886), la construcción del Hipódromo y la propiedad desde 1885 de la empresa de tranvías “Colonia San Vicente”. Tanto Garzón como Palacios se preocuparon de impulsar mejoras que le dieran visos de modernidad al barrio que iban desde acciones para la construcción y cuidado de la acequia para el riego de las quintas, el tendido del tranvía (1881), el empedrado de las calles (1888), la instalación del alumbrado a kerosene y la extensión de líneas eléctricas y telefónicas (1912).
Propaganda de venta
En un diario EL PROGRESO, del 20 de diciembre de 1878, se anuncia la siguiente venta: “Está en la conciencia pública, que el “pueblo” San Vicente, está llamado a ser un emporio de riqueza. Ya están establecidos, un mercado de frutas, fábricas, barracas, colegios, uno de las hermanas de caridad (Santa Margarita de Cortona) y otros no menos importantes. Los que quieran establecerse en tan lindo paraje, pueden aprovechar la oportunidad, arrendando o comprando una magnífica finca, que por ausentarse del país, el dueño la ofrece al público. Está situada al costado norte del camino público (hoy calle Agustín Garzón). Los interesados pueden concurrir a la calle Alvear 113, domicilio del Sr. Salvador Granda.”
La sociabilidad de la modernización: El dulce placer de jugar con seriedad El proyecto de modernización urbana pensada por la elite dirigente presuponía una serie de valores propios de “la sensibilidad civilizada”:
higiene, salubridad, orden, estética etc. Una serie de preceptos que significaban control y regulación sobre la vida pública y privada que se materializaban a través de normativas que determinaban las formas del uso del espacio, las actividades y funciones de cada sector. Los parques y plazas barriales fueron pensados, desde la urbanidad, como el espacio privilegiado de vivenciar el verde. Debían ser ámbitos que invitaran al disfrute al aire libre de los tiempos de ocio, a través del estímulo de los sentidos y accesibles a todos los vecinos. Los parques se erigían en un escenario estimulante para la ritualización del mostrarse, ver y hacerse ver. Plazas y Paseos, el Paseo Gavier (actual Plaza Lavalle): ubicado en San Jerónimo, Solares, Estados Unidos y Diego de Torres. Se inauguró en 1887 a manos de su propietario Samuel Palacios. En el predio había juegos para niños y grandes, como “calesitas” y la primera “montaña rusa” que hubo en Córdoba. En el centro del paseo se levantó un kiosco de dos plantas, rodeado por altísimos álamos “carolinos”. En el primer piso se instaló una confitería y en el segundo se solía ubicar la banda de música que amenizaba las retretas que solían ser muy concurridas y familiares. Un fragmento del periódico La Voz del Interior del día 17 de enero 1906 es un fiel reflejo de aquello:
“Notamos hace algunas noches que los coches del tranway de San Vicente pasan repletos de familias que van a la plaza de este pueblito, que está cada día más hermoso y cuyos árboles ganan en frondosidad y galanura. Para más comodidad de los asistentes se ha establecido en el kiosco una confitería que atiende bastante bien al público”. Entre las paredes de este paseo nacieron dos grandes instituciones deportivas el Club Palermo (1927) y Lavalle (1927)".
Parte de este clima festivo persistiría hasta principios de la década de 1940, según el recuerdo fresco
del vecino Félix Almada: “ en la plaza Lavalle venían los sábados y domingos “La Retrete”, de los militares. Era del ejército. También estaba la propalación Saturno, era lindo porque ahí se ponían de novio todos los muchachos de San Vicente. Las chicas daban vueltas y los chicos a las orillas. Era hermoso, pero no solo ahí, llegaban hasta la plaza del mercado.”
Plaza Urquiza
Se inauguró en noviembre de 1929. Años después la empresa de publicidad López y Cía, levantó al costado derecho de la plaza, un especie de obelisco y el vértice del mismo exhibía un parlante con forma de satélite
(Saturno) que pasaba música todas las tardes a las 18 hs. y terminaba a las 21hs. alegrando a la concurrencia sanvicentina. En la década del 60 todavía se mantenía esta manera saludable de promoción publicitaria: Alberto Semino: “...era el mundo arriba de la corona de Saturno. Era una columna con una cosita redonda, un saturnito arriba que pasaban la radio. Era un parlante y ponían música. Sintonizaban una radio y la ponían todo el día”. Las plazas han sido hitos para la vecindad, lugares de encuentros donde la familia recreaba sus tardes. Esta sensación de proximidad entre los vecinos perduro hasta épocas recientes, según nos cuentan Rosa Santillán:”...la plaza para todos era convocante. Era todo un evento cuando el
padre de un amigo juntaba a todos los chicos y veníamos. En nuestro caso la más próxima era la Urquiza. Había una heladería tradicional, donde gira el trole ahora, en esa curva, que tenia unos tachitos con tapa redonda, como era la Venezia antes. Venir a comerse un helado a la plaza y subirse a la estatua del indio que estaba puesta en un pedestal (después la arrancaron). Para los chicos era recorrerla, subirte. Era convocante”. Plaza Mariano Moreno (a mediados de 1980) Desirée D’Amico:”¡Esta plaza era hermosa!. Tenía árboles grandes que los sacaron. Me acuerdo que venia una noche con mi nono y me hamacaba y me parecía que iba a tocar el árbol. ¡Y uno se quería hacer envión, envión para tocar el árbol!. Por decirte que iba a tocar las estrellas, no se si era la inocencia de chico o el tobogán”.
Bar “Las Familias”
Su primer propietario fue el francés Teodoro Baulieu, luego lo transfirió a Don Valerio Gemolotto, quien en local anexo organizó bailes populares. Desde 1928 fue el punto de reunión de la muchachada “Lavallista” que la transformó prácticamente en su sede social. Hay que destacar que al barrio iban de gira famosos artistas de la música popular. Félix Almada: “Gemollotto se paraba en la puerta y le decia usted. no entra. Era un bar de la familia, él tenia gente seleccionada, tenia su gente. Cuando terminábamos el corso todos íbamos ahí. Se bailaba, se ponían de novio los muchachos. Quedaba en la cochera del actual Disco, era tela de gallinero. Ahí vino a cantar Canaro, De Angelis, Martegui, Hugo del Carril.” David Cabrera: “tocaban tango, pasodoble…” Laucha Bazán: “fox trot, pasodoble, bayón, rancheras, etc.”
El Transporte: entre mateos, jardineras y tranvías
A comienzos de 1880 las calles de tierra de San Vicente eran transitadas por sulky, caballo, breck y carretas cuyo destino final era el mercado Marcos Juárez. El tránsito era por demás dificultoso. La municipalidad autoriza en 1881 la segunda concesión de transporte a “Tranway Colonia San Vicente”, a cargo de la sociedad anónima presidida por Agustín Garzón quien se dirigió al entonces Presidente de la Nación Julio A. Roca solicitándole exitosamente la donación de cinco kilómetros de rieles para iniciar las obras de tendido. “La administración y el galpón guarda-coches se encontraban en el Bulevar de Circunvalación (o de la estación del Central Argentino) esquina Entre Ríos. El tranway (nombre que el medio lleva mientras emplea caballos) aparece en Córdoba después que en Buenos Aires (1870) y Rosario (1872). Fue un medio de transporte intraurbano empleado masivamente. Las familias pudientes lo usaban asiduamente para llegar a las casas quintas, al Teatro Edén y al Hipódromo Nacional. En julio de 1889 la empresa es adquirida por el fuerte empresario sanvicentino Samuel Palacios. El nuevo propietario reorganiza la empresa y extiende las líneas. En 1901 realiza el siguiente recorrido: desde bulevar de Circunvalación y Entre Ríos va por el primero hasta Constitución (Rosario de Santa Fe), calle que recorre hasta Rivadavia, donde dobla y sigue hasta Plaza España (Mercado Norte), y de allí por calle Tablada, Plaza y Avenida General Paz, Velez Sarfield, Ayacucho, Sucre, regresando por Rivadavia hasta volver a la estación y de allí pasa a San Vicente, aparentemente por la actual avenida Garzón. Tempranamente llega hasta las cercanías del Hipódromo Nacional. Por otra parte, desde la avenida Velez Sarfield se desprende un ramal que va hasta Pueblo Nuevo, regresando por Deán Funes-Plaza San Martín-Constitución, donde retoma el recorrido del ramal principal. La primera sección electrificada del “Colonia Tranway San Vicente” es inaugurada en enero de 1912. En 1925 deja de funcionar por completo el sistema de coches tirados por caballos. Para este entonces, la empresa ya es propiedad de la “Compañía de Tranvías eléctricos de Córdoba, que en julio de 1919 la ha comprado a los herederos de Palacios. Finalmente la suspensión definitiva se daría en 1962.” .Los medios de circulación para desplazarse eran los mateos que eran como una taxi o coche plaza, las jardineras y los sulquis.
El Mercado
A finales del siglo XIX la ciudad contaba con cinco grandes mercados de abastecimiento público de los cuales tres estaban distribuidos en las inmediaciones del casco céntrico y los otros dos en la periferia reciente, pueblos General Paz y San Vicente. Este último fue producto de la iniciativa del agente inmobiliario Samuel Palacios, quien en 1886 consiguió la concesión municipal para la construcción del edificio sobre la calle General Roca (actual San Jerónimo) y Ambrosio Funes, frente a la plaza General Paz. “Ambas calles la atravesaban y tenía en sus entradas cuatro monumentales arcos y por San jerónimo, de este a oeste, cruzaba el tranvía de caballos Colonia San Vicente, cuyo mayoral o conducto anunciaba su paso con toques de cornetín”. (7) En 1889 fue expropiado por la comuna. Se constituyo en “un lugar de encuentro de serranos que en carros y carretas llegaban a la ciudad por las bajadas del este y del sur llevando distintos alimentos, puesteros que los venden, domésticos que los compran...” En 1927 fue demolido el primitivo mercado y se construyó en su lugar el nuevo Mercado Municipal que funcionó como tal hasta principios de la década del 80’, lo cual supuso el cierre de las actividades económicas. A fines de la ultima dictadura militar el edificio fue reciclado como centro cultural por el arquitecto Miguel A. Roca, Secretario de Obras Públicas, durante la intendencia del Teniente Coronel Alejandro Gavier Olmedo. En la década del 40’ había entre 52 a 54 puestos divididos entre la parte norte y sur, distribuidos en carnicerías, verdulerías, pescadería, churrería, una fraccionadora de aceite y una almacén. El tamaño de cada puesto rondaba en los 12 m2 (4 X 3 mts), algunos de los extremos del edificio eran más grandes; atravesados por simples mostradores de mármol, rodeados por tela metálica detrás y cubiertos por techos de rejas. “En ese tiempo estaba Llopis, Paco Esperanza, que era hermano de don José Esperanza, don Pedro Jarjura, era el más viejo de todos los puesteros, como carnicero. Después estaban verduleros , un tal Solca, viejísimo, de muchos años, esa gente estaba de cuando el mercado era abierto, antes del 27.” (José Alberto Bizaro) La lista se engrosa con los hermanos Marchetti, José Supertino, Yofri, Rugeri, Doña Teresa, José Bizaro y su esposa, los Mercanti, los Suárez...Los productos eran de buena calidad y a muy buen precio. Estaban obligados a pagar un canon mensual a la municipalidad y al uso de una indumentaria obligatoria consistente en un saco y cofia blanco.
En la carnicería no había sierras, se hacia todo a corte de machete. “No es como ahora que están las vitrinas del mostrador, antes había que hacer gancheras, había rivalidad entre los carniceros para ver quien hacia mejor gancheras. Había que colgar los costillares, cortar el puchero. En el tiempo de mi padre se cortaba a mano, ya cuando yo empecé teníamos sierra eléctricas, pero se cortaba parva de puchero, que se yo 100 kilos todo cortadito, la gente venia y lo llevaba cortado ya.” (José Alberto Bizaro) Tampoco había balanza eléctrica, se pesaba todo con balanza de hierro y las pesitas. Todo se vendía suelto, con envoltorio de papel sulfito, madera o diario. Aunque a este ultimo lo terminaron prohibiendo por que quedaba impresa la tinta en los productos. A su vez las frutas y las verduras se vendían por docenas. El horario de funcionamiento era discontinuo, se abría al público de lunes a sábado desde las 8 hs hasta las 12:30hs aproximadamente, cerraba para la siesta, y se reiniciaban las actividades de 16hs a 20hs.
Una nota distintiva recurrente en las rememoraciones es reconocerlo como un ámbito de relaciones familiares y fraternales ya sea por el trato que dispensaban los puesteros, por la organización familiar y el traspaso generacional de los puestos.
...Cada puesto representaba la historia de una familia del barrio ya que se heredaban de padres a hijos. Por ende la relación comercial no era entre anónimos sino entre conocidos conocedores de sus historias. A finales de la década del ’60 habría comenzado a decaer el movimiento de gente que aglutinaba el mercado, los puestos se habrían ido vaciando paulatinamente. “La mejor época fue todo el 50, hasta el 68. Ya en los 70 se había dado la orden de poder poner negocios cerca… Hasta ese momento no se podía tener ni carnicería, ni verdulería cerca de un mercado municipal antes de 6 cuadras. Cuando salió esa ley que todo quedaba libre, cada uno empezó a poner su negocio en la casa, lo desmantelaron y después se presentó el Supermercado Americanos” que tenía mucho éxito porque hasta la estructura era más linda. Era con una arcada de madera, era más familiar, era distinto, era más pintoresco por dentro. El Americanos estaba más integrado a la comunidad.
El carnaval de San Vicente te hace cosquillas en la piel...
Los carnavales en barrio San Vicente se remontan a 1895, producto de la iniciativa emprendedora de Victorio Scalabrini, quién juzgo necesario organizar “un carnaval para obreros”. Esto suponía para este pueblo joven, entrar en competencia con el centro histórico de la ciudad por la primacía del espacio dominante de prácticas festivas. Según el historiador Pablo Vagliente lo que movilizó esta traslación fue “la propia necesidad de los grupos burgueses asentados en aquel pueblo por demostrar a sus pares urbanos la igualdad e incluso superioridad en la producción y consumo de símbolos”. Parte del encanto residió en el cambio de hábitat, la práctica de retirarse de la ciudad en verano se traducía como una norma de elegancia y ostentación, signos de distinción en el gusto burgués. En la calle se ponía en juego lo popular y lo burgués, en el marco de un clima festivo consistente en aceptar la distinción y burlarla públicamente.
Los detalles de aquellas primigenias fiestas los obtenemos del relato de Efraín Bischoff:“los desfiles se realizaron, desde luego, por la avenida General Roca. No solamente iban los coches adornados con gran profusión de flores y de muchachas lindas, sino que también aparecían los espejuelos de las comparsas de los “Negros Candomberos”, “Estrellas del Sud”, la “Sociedad Coral Argentina” con sus guitarras y violines…
…las madrugadas de carnaval terminaban en las reuniones de vuelo aristocrático y en los bailongos populares por el lado del Molino…”
Al iniciarse la década del 20 esta fiesta comienza a ser apropiada por los sectores populares, quienes se convierten en el elemento protagónico del mismo. Con el transcurrir de los años el Estado municipal ira acrecentando su intervencionismo a través de la regulación de la participación de los ciudadanos:delimitación de los espacios para los corsos, los premios otorgados, los permisos para participar, etc. Una muestra de ello lo constituye el carnaval del año 1932. Los hechos nos los describe Pedro Ordoñez Pardal “la Comisión Organizadora de los Corsos de San Vicente, solicita al comisionado municipal Belisle, el permiso para realizar los corsos. El comisionado les comunica que se realizará un corso oficial en el centro y si se realiza éste, se suprimirá el corso de San Vicente. Con el correr de los días, los sanvicentinos se inquieten ante la posibilidad de la suspensión del corso… Llegó el domingo 7 de febrero y se iniciaron los carnavales en el Centro de la Provincia. En algún lugar de San Vicente se reúnen los vecinos, organizadores de la resistencia a la resolución comunal “los revolucionarios” donde se comenzó a gestar la consigna: “Habrá corso en San Vicente pese a la prohibición municipal”. Y así fue, el día lunes 8 se comenzó a correr la voz: “Esta noche habrá corso”, si interviene la policía ya veremos que pasa…se decía. Eran las 18 hs y desde Plaza Urquiza a Lavalle comienza a animarse, los vehículos llegan a la plaza Mariano Moreno. La Comisión de “emergencia” resuelve que ante el exceso de vehículos, muchos de ellos sirvan de palcos…El corso del Centro se entera que en San Vicente se estaba llevando el prohibido corso, y para hacerlo fracasar, Belisle ordena cortar el alumbrado público, oscureciendo el sector del corso. Inmediatamente los vecinos en forma instantánea empiezan a extender cables del interior de las casas. Prosigue así el corso con toda animación. El comisionado ordena a la policía a despejar la calle San Jerónimo. Comienza una violenta persecución que culminó, con varios vecinos, confusamente presos.
Más de quinientas personas acompañaron a los detenidos hasta la puerta de la Comisaría 5ª a los gritos de “¡Viva la libertad! ¡Abajo la dictadura!. La gente no se movió del frente del local policial…Como a las 22hs fue puesto en libertad el último detenido y una manifestación lo acompañó bajo la manifestación de ¡Viva la República!!”. Para algunos autores el carnaval es un rito de desorden, que se opone a los demás rituales de orden. Es un desorden organizado. Como ritual se dispersa a través de un sistema de signos, música, canto, baile, mito, lenguaje, comida, vestimenta, expresión corporal. Algunos de estos elementos están vividamente presentes en los testimonios de los vecinos que recuerdan los carnavales de los años 40 en adelante. Las diferentes componentes del carnaval El corso es todo el festejo. Luego están las comparsas y las murgas. En la década del 40 y 50 había 3 o 4 murgas Desfilaban aproximadamente 30 carrozas. Cada comparsa se prepara durante todo el año y un mes antes del Carnaval ensayan para el festejo. El espacio Se recorría desde la plaza Lavalle a la Urquiza, por Pellegrini y de allí se volvía. Los autos daban dos vueltas y se acababa el corso. En el centro se hacía en la entonces llamada Av. Ancha, hoy General Paz y desde 27 de abril se subía hasta la Plaza de Armas, hoy Velez Sarsfield.
Se ocupaban los palcos en el centro de la calle San Jerónimo y eran multitudinarios, ya que llegaban de todos los barrios, todos los vecinos colaboraban en la organización.
Reglamentaciones y permisos
El intendente por decreto sacaba las reglamentaciones municipales cada año para el carnaval que fijaban los horarios y el recorrido.
Los permisos de disfraz debían ser sacados con anterioridad y especialmente los que llevaban el rostro cubierto debían tener certificado de buena conducta. No se podía disfrazar de militar o religioso. En San Vicente no había tanto control.
Los elementos
Los elementos usados de aquellos corsos eran flores, serpentinas, papel picado, el pomo de plomo, el lanza perfumes, ramitas de albahaca, y baldes de agua. “el pomo venia a ser como un tubo dentífrico y después estaba el lanzaperfume que era más caro, tenía la forma de un sifón de vidrio. En la segunda mitad de la década de 1980 parte de estos festejos se mantenían, sin embargo se incorporaron algunos elementos que son percibidos como violentos por los vecinos: la bombucha, el chipotle chillón y el machete de plástico. Horario del carnaval era de 20:00 hs. a 00:00 hs. para los adultos y los infantiles durante la tarde.
El Agua
El juego con el agua duraba hasta las 5 o 6 de la tarde. Después a vestirse que había que ir al Corso. Pero durante la siesta todos mojaban a alguien. Nadie se enojaba. También se tiraban harina.
Los Bailes
Luego de 0 hs. se iba al baile con la barra de amigos. El circuito comenzaba en el Bar de la
Familia que finalizaba a las 3 y luego se continuaba en el Bar de los Alemanes a tomar café. También participaba el Club Alemán, el Círculo Español, el Club Atlético Belgrano, el Atlántida, el Pasatiempo, El San Cayetano. Se bailaba con caretas o antifaces que no se sacaban hasta el último día del Corso. Esto era muy interesante, era un juego. No se sabía con quien uno bailaba hasta la última noche.
La Música
Era común la milonga, con Gregorio Barrios, el fox trot, el folclore, música mexicana, española, pasodoble etc.
Los disfraces
Los disfraces evocaban colegiales, mamarrachos, indios, damas antiguas, diablos, momias, soldados romanos, murciélagos, burros, caballos con bolsa de arpillera y alambre, de gauchos y chinas, el más barato era el de fantasma. Se trasvestían. No había trajes de colectividades inmigrantes, solo estaban los Mariachis que tocaban serenatas pero vivían ya en el barrio.
El diablo
Era aparte de un disfraz muy común, uno de los elementos de cierre del carnaval cuando
se quemaba el diablo al finalizar el feriado un martes.
Las palladas
Cada murga tenía su trovador o pallador. Era un juego de contestación en verso, improvisando con la guitarra.
Qué es ser sanvicentino?
Al hablar del término identidad, podemos decir que existen numerosos debates sobre su conceptualización. Esta definición variará según el enfoque o perspectiva que adoptemos. Más allá de las diferentes discusiones teóricas existentes podemos decir que, en principio, es posible hablar de identidad cuando predomina cierto sentido o percepción de unidad con algún objeto o situación; esto es en la medida en que compartimos o sentimos cierta pertenencia con algo o alguien. Si a esto lo vinculamos al caso de San Vicente podemos decir que hablamos de un barrio con fuerte componente identitario evidenciado en un orgullo prácticamente generalizado en la comunidad que se evidencia en el apelativo “ser sanvicentino”, especialmente potenciado en el caso de los adultos y adultos mayores. Entre las razones que sustentan este orgullo, podemos tejer diversas hipótesis. No obstante las limitaciones de esta exposición, inicialmente cabe destacar que hablamos de una comunidad con muchos años de historia que se remonta concretamente hacia el año 19 de junio de 1870, momento de su fundación. Otro elemento a tener en cuenta es que inicialmente el barrio constituirá un pueblo aledaño a la ciudad que posteriormente se integrará al núcleo urbano. En este marco es comprensible que uno de los núcleos fundamentales de la identidad–incluso en el presente - esté situada en un marco temporal vinculado estrechamente a la historia del pasado de la comunidad. Esta situación se refuerza frente a ciertas anécdotas asociadas al corso revolucionario del año 1932 a partir del cual nace el mito de “ La República”, así como a la fiesta de los carnavales de aquella época que se rememoran hasta la actualidad. Ahora bien, una distinción que debemos realizar es que aunque el barrio aparece como un espacio homogéneo, en la práctica, se distingue una configuración espacial dual según hablemos del “centro” o “periferia” del mismo. Esto se fundamenta en que, las experiencias de quienes vivieron próximos a la calle San Jerónimo no necesariamente coinciden con aquellas vivenciadas por los vecinos de cuadras aledañas.
Si tomamos el discurso cultural, a nivel simbólico es notable la importancia que se le brinda a los artistas, entre los que se resaltan los pintores, cantantes, bailarines y músicos de todo tipo. Igualmente, es reconocible la relevancia que cobran las conquistas deportivas como fundamentos del orgullo identitario, especialmente arraigados en el pasado.
En esta dimensión si tomamos los elementos materiales vinculados a la cultura, es frecuente recordar las antiguas salas de cine –especialmente el Cine Urquiza- en la que los niños se juntaban a la tarde para disfrutar del matiné, los espacios recreativos tales como la Plaza Urquiza, entre otros lugares. Si analizamos el Alto San Vicente o zonas aledañas, también se reconocen estos espacios aunque contemplando otras actividades tales como las bicicleteadas, carreritas o desfiles patrios. Si revisamos los elementos actuales que conforman la identidad barrial es frecuente el reconocimiento del Centro Cultural, asociado especialmente al antiguo Mercado Marcos Juárez, como elemento de continuidad en los diferentes relatos. Sin embargo, es necesario precisar que, en los últimos años comienza a cobrar importancia el discurso económico como elemento de configuración de la identidad. Concretamente, se manifiesta cierto orgullo por el auge comercial que ha adquirido
la zona, situación que le ha otorgado un perfil de autosuficiencia para satisfacer sus necesidades, evitando así la salida al centro para realizar “las compras” o cualquier tipo de trámite.
En cuanto al discurso político actual se registra una opinión crítica hacia los gobiernos de turno, coherente con la crisis de representación a nivel nacional aunque no necesariamente referida al barrio. Por el contrario, si analizamos las referencias al pasado, se manifiesta el papel fundamental que cumplieron las familias como núcleos neurálgicos en la construcción y reproducción de valores, ideas y parámetros de socialización en general, muchas veces vinculados a la política partidaria de distintas épocas.
Respecto a los jóvenes, aunque no existe demasiado conocimiento sobre la historia del barrio, predomina cierto orgullo latente, vinculado al tipo de relaciones sociales estrechas entabladas en la comunidad, siendo los lugares preferidos de reunión, las plazas, ciertas esquinas o lugares estructurados principalmente en torno a la calle San Jerónimo. Asimismo, si observamos atentamente las paredes del barrio, en gran cantidad de lugares podemos encontrar grafittis con distintas leyendas las cuales en su mayoría concluyen con la firma SV (la V debajo de la S), esto es San Vicente. Este hecho nos permite apreciar que aunque el barrio, muchas veces parezca estancado en un túnel del tiempo – especialmente para el reconocimiento externo ciudadano- existen ciertas líneas de continuidad que conservan el “espíritu sanvicentino”. En esta realidad ha contribuido especialmente la tradición oral como vehículo de comunicación e interconexión entre las diferentes generaciones. Esto nos permite
hablar del barrio no como una esencia inmutable, sino como una construcción sociocultural que se resignifica a través de la historia. En consecuencia, podemos concluir que el ser sanvicentino debe entenderse como una construcción que aunque parezca estática, se reaviva cotidianamente, apelando muchas veces al pasado pero también en la mirada de los jóvenes y niños que de diferentes maneras viven hoy su comunidad.
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